jueves, 8 de septiembre de 2016

Un té

Una taza de té antes de las 8 de la noche, una nota antes de irme a dormir temprano. A veces los días oscuros y lluviosos se vuelven tediosos, se vuelven largos y aburridos, me motivan a quedarme en cama sin hacer nada para luego despertar con la esperanza de encontrar un mejor panorama. No es así, las ventanas se sacuden por el viento y es necesario cerrarlas para detener la ola de frío que entra por ellas, para conservar el poco calor que queda dentro de la habitación. Una vela, dos, tres, una taza de té caliente, la segunda del día, como un remplazo, un remedio para la ansiedad, un remedio para la memoria y una distracción para la idea de que estar encerrado es una pesadilla. ¿Salir? No con la lluvia, no con el frío, no en este estado. En otras condiciones, más saludables, quizá lo haría, quizá no me importaría salir a tomar un poco de agua de lluvia sobre mi cabeza, sobre mi ropa, sobre mi alma. Limpiarme, tal vez eso hace falta. ¿Es eso lo que extraño? No sé qué hay encerrado, no sé qué es lo que falta y descubrirlo es esa tarea de todos los días, esa pequeña pesadilla, ese delicado recuerdo que elimino durmiendo, olvidando dónde me encuentro. La resaca al despertar distorsiona mi vista, aturde mis sentidos y entonces despierto de verdad, unos minutos después, con agua fría en la cara y la esperanza de que pasen rápidamente las horas para estar en vela, para estar despierto y ver en silencio el espeso humo que proviene de la taza tomarse la oscuridad, tomarse la habitación con formas, con pequeños brazos que emanan el sabor del té. Un espectáculo a la media noche, una danza caótica bajo las estrellas.

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