jueves, 15 de septiembre de 2016

Juicio personal

En un juicio cualquiera, de esos que se hacen en completa soledad, mi conciencia me habría eximido de cualquier condena por la constante necesidad de darme otra oportunidad aún después de haber caído en lo que se ve como el más profundo de los abismos, y que ahora parece solo una ilusión, un paso la nada que es en realidad solo una pintura, un pequeño obstáculo franqueable sin ninguna clase de dificultad. Me pregunto cómo funciona, si soy libre con solo olvidar mi pasado o si hay un constante recuerdo que volverá esporádicamente a recordarme de dónde vengo, para donde voy con esa imagen pesimista y consumida por la amargura y la constante necesidad de acumular pensamientos negativos. Con esas dos opciones, me es suficiente para saber que he reducido las ramas de este árbol a dos caminos decisivos, dos decisiones finales antes de un punto decisivo, un punto de no retorno donde todo ha de marchitarse o, por el contrario, donde todo ha de levantarse nuevamente. Frente al espejo, aquella figura pulida que todo lo ve, no hay ya hojas en aquellas ramas, es posible para una persona marchitarse de tal manera y seguir de pie, regenerarse de una manera increíble porque es aquel juicio, aquella necesidad de soledad la cura, el remedio para la toxicidad que entra, sale, entra, sale de mi cabeza. Entran notas, entran papeles y sale tinta, tanta tinta sobre hojas de papel cargadas de ideas sin sentido, ideas borrosas propias de la resaca en la mañana. Es al medio día cuando estoy despierto, cuando podré decir que todo puede comenzar de cero. El sol sobre mi cabeza, el inicio de un nuevo reloj de arena.

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