Creo que he mencionado en varias notas pasadas el grado de
relevancia que tienen los audífonos en mi vida. El solo hecho de poder
desconectarme de todo al ritmo de la música que más me gusta es en sí una razón
de peso, un argumento válido para defender mi posición. He andado casi un mes
sin ellos y los efectos de estar apartado de la música en el día me llevan a
las tardes en mi habitación con el equipo a todo volumen; encerrado en un mundo
propio donde todo parece tener sentido, donde el tiempo mismo parece detenerse
en actividades que ocupan mi tiempo, que agotan mi energía y me envían a la
cama a las 2 de la mañana; un insomnio agradable de pensamientos limpios,
creativos y no destructivos; una verdadera razón para estar despierto. Mientras
el mundo a mi alrededor guarda silencio en mis oídos la música no se detiene,
es cuando todos duermen mi mejor momento para estar despierto. El silencio del día
se compensa en la noche, el descubrir nuevas canciones se realiza en plena
oscuridad; opacar los demás sentidos resulta útil para el oído y para perderse
en una melodía se necesita tener los ojos cerrados. Tanto he aprendido en solo
un mes, la necesidad de momentos de silencio para valorar aquellos que tienen
un ritmo, la necesidad de la calma para el estrépito en mis tímpanos, aquel
estrépito que mueve mi cuerpo, que me motiva a caminar por lugares
desconocidos, volverlos conocidos, parte de mi entorno, de mi vida y de mis
historias. Una melodía por cada paseo por el parque, una nueva página por cada
día vivido.
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