domingo, 18 de septiembre de 2016

Cigarrillo

Recibí hace algunas horas un mensaje de una persona, y debido a su petición escribiré sobre un tema en especial. No está mal salir de la rutina de vez en cuando, ver el mundo a mi alrededor y describirlo, reventar la burbuja para variar. Son bienvenidas todas las sugerencias.

Quizá es momento de que defina algunas palabras comunes en mi vocabulario, aquel conjunto de ideas puestas en una hoja de papel y lanzadas por el aire. El humo, el humo del que hablo con tanta frecuencia es en realidad una ambigüedad y planeo escribir de lo que llamaría una cara de la moneda, una variación tóxica de la palabra. No pretendo basarme en moralismos para describir a aquella persona que fuma cigarrillo, como tampoco pretendo iniciar una exposición respecto a este tema en pleno siglo XXI; planeo dar mi punto de vista aunque ya haya esclarecido mi posición. En el contexto social que vivo es tan común ver tanto adultos como jóvenes como niños con un cigarrillo en la mano que no podría alarmarme de alguna forma. Varias de las personas con las que me relaciono lo hacen, pero no por ello las evito; un hábito no tiene que cortar estos lazos si no cruza un límite determinado. Conozco el sabor, conozco los efectos, conozco lo que entra en el cuerpo y lo que hace en él, conozco la nube que sale de la boca y se va, se va con el viento o se queda flotando en una habitación cerrada, conozco el aroma pesado que deja en el aire, en la ropa, en las manos y en la cara, sensación que no desaparece mientras la cabeza parece despertar. Conozco todo esto y puedo hablar de ello, juzgar a partir de la experiencia, poner mi postura sobre la mesa.

¿Cuál es la razón del fumador? Ansiedad, estrés, algo que lo motiva a encender el siguiente. Es curioso que hace algunos meses hablara de esta razón desconocida con algunos conocidos, fumadores claro. Uno culpaba al estrés, otra al desamor, otro a la universidad, otra a las largas noches de insomnio y al final todos dejaban en claro que dejarlo era difícil, era un mundo con una puerta ubicada en lo alto de una montaña; no todos se animan a subir, ya es algo necesario, un vicio como lo es el alcohol, como lo son muchas otras cosas incontables con los dedos de las manos. Algunos pueden ver el panal que caerá sobre su cabeza y sin embargo siguen agitando las ramas del árbol, preparados para esquivar su desastre; otros saben lo que les espera y se quedan allí de pie, preparados y listos para enfrentar las consecuencias. Es una metáfora curiosa, si se piensa que quien haría algo así planea hacerse daño y lo sabe y se jacta de ello, pero el principio de alteridad más complicado de establecer es quizá ese que quebranta nuestras creencias, nuestras normas; nos es tan difícil ponernos en zapatos que nos quedan pequeños, es difícil entender qué sucede en cada cabeza. Al fumador lo respeto, lo entiendo y, mientras no lance el humo en mi cara, lo tolero. Me desagrada que lancen colillas en el suelo y que se fume cerca de niños por el simple hecho de que ellos no tienen que ser responsables de las decisiones de los adultos; esas son las únicas negativas que planteo en este tema. Sus razones pueden respetar estas dos normas básicas de convivencia, como la sociedad en general respeta sus hábitos. Que cada quien consuma lo que desee sin afectar a los demás, de la libertad de obrar por sí mismo y ser consecuente de lo que ello genere se trata la vida.

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