jueves, 20 de octubre de 2016

De la música y los recuerdos

No hablo de la música desde que mis audífonos, fieles compañeros en paseos, caminatas y rodadas, dejaron de funcionar hace ya quizá dos meses. Largos meses, en efecto, considerando que eran casi una parte de mi vestimenta como lo son las medias, una camisa o un pantalón. Dos cables blancos colgando de mi cuello a la espera del momento propicio para ser usados, para servir de puente a un mundo distinto en el que las notas y las palabras y el ritmo se encargaban de mostrarme que no todo podía ser tan malo. De día, de noche, con sol o con lluvia, siempre listos y conectados, preparados para el momento justo, un momento de silencio lo suficientemente largo que requiriera de su aparición. El día en que dejaron de funcionar fue en efecto el comienzo de una pesadilla, una pesadilla relacionada con el simple hecho estar conectado a aquello que no quería, el simple hecho de escuchar el mundo real con mis propios oídos, sin ninguna otra alternativa.  Dos meses, quizá menos o quizá más, apartado de lo que llamaría una parte de mí, una extensión de lo que soy y lo que fui. Estando solo en casa no tengo necesidad de cohibirme y el equipo de sonido a todo volumen se convierte en ese desahogo, en ese calmante ante la necesidad de ruido, de la música en mis oídos. El baile, los bajos, mi cuerpo girando en el espacio vacío que reservo para simplemente ser, para simplemente estar allí de pie y olvidar la hora, olvidar que debo irme y quedarme al menos por unos minutos más, todo ello hace de una mañana de jueves un espacio sin tiempo, un segundo ilimitado. Es la música inundando mi habitación la causa de todas estas sensaciones, es lidiar con un viejo vicio, el de escapar de la realidad con solo presionar un botón. ¿Habrá un síndrome de abstinencia en este caso particular? La ansiedad, la necesidad de simplemente apagar todo el ruido alrededor con una canción, una corta melodía impregnada de una esencia. Melomanía, es curioso como esta palabra se volvió un boom y para mí es solo un splat, un recuerdo de un paseo en la mañana con dance, trap, géneros quizá menos comunes y sin embargo indispensables en mi repertorio. Ha pasado tanto tiempo que creí conveniente escribir de ello, ver qué sucede cuando toco un tema sensible, ver qué sucede cuando camino sobre terreno inestable deseando que el suelo no falle, que las grietas no se hagan más grandes y quizá, solo quizá, que comiencen a cerrarse. No soy un adicto, pero vaya que los extraño.

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