No hablo de la música desde que mis audífonos, fieles compañeros en
paseos, caminatas y rodadas, dejaron de funcionar hace ya quizá dos meses.
Largos meses, en efecto, considerando que eran casi una parte de mi vestimenta
como lo son las medias, una camisa o un pantalón. Dos cables blancos colgando
de mi cuello a la espera del momento propicio para ser usados, para servir de
puente a un mundo distinto en el que las notas y las palabras y el ritmo se
encargaban de mostrarme que no todo podía ser tan malo. De día, de noche, con
sol o con lluvia, siempre listos y conectados, preparados para el momento justo,
un momento de silencio lo suficientemente largo que requiriera de su aparición.
El día en que dejaron de funcionar fue en efecto el comienzo de una pesadilla,
una pesadilla relacionada con el simple hecho estar conectado a aquello que no
quería, el simple hecho de escuchar el mundo real con mis propios oídos, sin
ninguna otra alternativa. Dos meses,
quizá menos o quizá más, apartado de lo que llamaría una parte de mí, una
extensión de lo que soy y lo que fui. Estando solo en casa no tengo necesidad
de cohibirme y el equipo de sonido a todo volumen se convierte en ese desahogo,
en ese calmante ante la necesidad de ruido, de la música en mis oídos. El
baile, los bajos, mi cuerpo girando en el espacio vacío que reservo para
simplemente ser, para simplemente estar allí de pie y olvidar la hora, olvidar
que debo irme y quedarme al menos por unos minutos más, todo ello hace de una
mañana de jueves un espacio sin tiempo, un segundo ilimitado. Es la música
inundando mi habitación la causa de todas estas sensaciones, es lidiar con un
viejo vicio, el de escapar de la realidad con solo presionar un botón. ¿Habrá
un síndrome de abstinencia en este caso particular? La ansiedad, la necesidad
de simplemente apagar todo el ruido alrededor con una canción, una corta
melodía impregnada de una esencia. Melomanía, es curioso como esta palabra se
volvió un boom y para mí es solo un splat, un recuerdo de un paseo en la mañana
con dance, trap, géneros quizá menos comunes y sin embargo indispensables en mi
repertorio. Ha pasado tanto tiempo que creí conveniente escribir de ello, ver
qué sucede cuando toco un tema sensible, ver qué sucede cuando camino sobre
terreno inestable deseando que el suelo no falle, que las grietas no se hagan
más grandes y quizá, solo quizá, que comiencen a cerrarse. No soy un adicto,
pero vaya que los extraño.
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