No quería que pasara otro día sin escribir, otro día alejado
de mi ventana completamente maniatado. Es una metáfora, claro, pero es bastante
cierto el hecho de que me era imposible sentarme a pensar con claridad. Si bien
las situaciones que conforman mi vida son la razón para escribir estas notas,
algunas de ellas pueden impedirlo, posponerlo y retrasarlo sin remedio. Y como no hacerlo, si todas las ideas que podía organizar
ligeramente se desmoronaban con la fiebre que me invadía y me tenía en cama
desganado, desalentado y simplemente deseoso de que llegara una mejor hora, un
mejor momento. No suelo enfrentarme a esta clase de situaciones muy a menudo
pero, cuando sucede, los resultados me llevan a eso, a una desconexión total de
todo lo que me rodea con el simple fin de recuperarme, de levantarme de nuevo.
El día de hoy me levanté con más ánimos, pero es hasta ahora que me atrevo a
unir algunas palabras para decir que no he desaparecido ni que pienso hacerlo
por lo pronto, que es quizá la escritura la cura ante la enfermedad, ante
cualquier clase de adversidad que pueda tener. Un desahogo, una cura, cuantos
sustantivos para nombrar un proyecto que me ha acompañado por hospitales,
parques, calles y cualquier escenario que se presenta ante mis ojos. No me
canso de nombrarlo y renombrarlo porque la evolución continua es una realidad,
el cambio constante es un hecho al cual no me resisto; crecemos a diario,
aprendemos a diario y de eso se trata no solo lo que somos, sino también lo que
hacemos. Esto es lo que hago, lanzo notas a la mitad del día y a la mitad de
la noche; y qué largo es un día sin escribir.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario