lunes, 24 de octubre de 2016

Sentidos apagados

Un escenario caótico y ruidoso para mis oídos, una hora con los sentidos aturdidos por completo. Los rayos iluminan el cielo, los truenos retumban en el silencio de la tarde, sacuden las ventanas violentamente amenazando con quebrarlas en cientos, miles de pequeños pedazos y dejar al viento tomarse las oficinas, los salones, los bares y las habitaciones. Los cristales soportan la vibración, se mantienen firmes ante la adversidad, se mantienen firmes ante el bombardeo sobre ellas. No hay gotas delicadas, de esas que suelo describir con gracia; la lluvia distorsiona el norte con una gruesa capa infranqueable que de tanto en tanto baila con el viento, se mueve de izquierda a derecha dando a dicha cortina de agua un aspecto casi armonioso, casi mágico y tentador, pues tienta a cruzarla, tienta a no detenerse. No desearía estar bajo la lluvia, en realidad no desearía estar bajo otro lugar que no fuera este árbol lleno de hojas, lleno de ramas sobre mi cabeza. Solo algunas gotas logran cruzar la capa vegetal que me protege, solo algunas gotas se filtran por las ramas y caen sobre mi cabeza, manteniéndome despierto para ver la escena un poco más, con los ojos abiertos y los sentidos cerrados. Sin frío, sin ruido, sin la áspera sensación del suelo bajo mis manos... Solo ojos para ver y el sentido del gusto para saborear el chocolate en mi boca, para recordar que la lluvia también puede ser dulce, que las gotas pueden ser ácidas y que cualquier herida abierta se resiente con la sal. Y arde, arde el estar atrapado, arde el estar lejos de casa con los sentidos apagados, arde la lluvia cuando se quiere sol, arde el frío cuando se quiere calor. Deja de llover, lentamente claro. Pequeñas gotas aisladas cayendo sobre la copa de los árboles aquí mientras las aves vuelven a emprender el vuelo, perdiéndose en un cielo todavía gris, ya medio azul, ya medio negro, ya más tranquilo y preparado para recibir la noche. Me levanto de este árbol con el simple propósito de llegar a casa... Y la verdad, es que nunca salí de ella.

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