Con el pasar de los días, he podido evidenciar el hecho de que nuestro
nombre se encuentra en una infinidad de listas, desde que nacemos y hasta
después de haber muerto, llevando a la inmortalidad escrita una historia única
e irrepetible. Un nombre cualquiera, sea el que sea, será la firma y la huella
para identificar aquella historia, distinguirla de las demás como si un filtro
se llevara todas las opciones tan similares y tan distintas a la vez.
Dependiendo la persona, habrá quizá más o menos listas, menos ámbitos para
identificarla. Su ciudadanía, su número, su manera de pertenecer al mundo
desorganizado que hemos tratado de organizar una y otra vez. En el trabajo,
quizá un empleado más y un expediente en la lista de retiros con los meses, con
los años; un engranaje en la máquina que mueve una compañía hasta su destino.
En la academia, un estudiante o quizá ya un recuerdo de mejores años, un viejo
colega o compañero de cátedra sobre letras, sobre arte, sobre ciencias y sobre
tantos temas. En la calle, un peatón, un conductor, un cerebro controlando uno,
dos, tres, sistemas a la vez con precisión necesaria para mantenerse a salvo.
En casa, un hijo, un padre, una madre, un hermano, una pieza de una familia, un
pedazo de algo más grande, de una conexión más fuerte que las anteriores no
alterarían de ninguna forma. De día una sonrisa, de noche un poco de silencio
para acompañar las estrellas y el vaso a su lado. Y bajo su ventana, bajo su
balcón, una historia distinta desarrollándose también, añadiendo más páginas
también. Una historia, dos, tres en tan poco espacio, tan alejadas a pesar de
estar a solo metros, a solo centímetros al abandonar la puerta. Todos ellos
números distintos, todos ellos en listas distintas. Responsabilidades tan
variadas que simplemente una sonrisa en el elevador no puede explicarla ni dar
una pequeña indicación, una señal dentro de la bruma. Nada más que bruma, casi
todos conviven en sus esferas sin notar las que hay a su alrededor, casi todos
ignoran las listas fuera de las que ya forman parte de sus vidas, aquellas en
las cuales su nombre ya aparece y no podrá borrarse ni hoy, ni mañana, ni en
unos años. Aquello que queda grabado en este lugar no desaparece, formará parte
de la infinidad. Una lista inmortal de lo que somos, una idea de lo que
seremos.
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