La música a todo volumen ha sido siempre un inhibidor de
todo el dolor, pues parece que con cada nota que sale de los parlantes a mis
costados olvido un poco donde estoy y recuerdo un poco más a donde quiero
llegar. La lluvia afuera, las gotas sobre la ventana, nada parece opacar el
sonido de cada canción que aleatoriamente inunda mi habitación mientras escribo
estas palabras, mientras observo las cosas a mi alrededor y veo como todo se
mueve a su ritmo, como todo parece encajar en su lugar y lentamente las preocupaciones
desaparecen, despejo mi mente de problemas ya resueltos para dar paso a mejores
pensamientos, a mejores ideas y a mejores momentos. Tan difícil es sacar la
basura a veces, que cada aspecto negativo que abandona mi cabeza parece llevarse
una parte de lo que soy en este momento, un pedazo de lo que me compone,
dejándome roto e incompleto por dentro y por fuera; mi rostro apagado frente al
espejo lo delata mientras bajo la mirada para volver al papel y esperar que
cuando vuelva a mirar haya sanado aquella herida invisible, aquella mancha
oscura que me han dejado las malas decisiones y sus obvias consecuencias. Las
heridas sanan, todo el ser sana en realidad cuando se vuelve a ser feliz, y ser
feliz es este momento; ir por un café, un caramelo y un poco de aire; salir en
la lluvia a empaparme de arriba a abajo y tomar un baño antes de dormir para
poder despertar mañana con la melodía todavía sonando en mi cabeza… Ser feliz
es tener la música a todo volumen y olvidar por un momento que se está en casa,
que la realidad espera en la puerta mientras salgo por la ventana.
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