Por más que el contacto con el mundo sea algo necesario, es también
necesario encerrarse en una cueva propia de vez en cuando, cerrar todas las
entradas y arreglar lo que sea que se encuentre adentro antes de pretender
arreglar lo que se encuentra afuera, aislarse completamente del exterior y no
volver hasta que el orden haya vuelto en todos los sentidos posibles. No puedo
hacer ambas cosas a la vez, y por esa misma razón siento un profundo respeto
por quienes con mucha paciencia pueden hacerlo; algunas personas necesitan esta
alternativa, algunas personas encuentran cierto gusto en desconectarse del
mundo, tocan un fondo tolerable y salen de él solas, sin ayuda, aprendiendo que
la soledad es a veces una buena compañía. Unas horas, un día entero si es
posible, para hacer aquello que otras ocupaciones no han permitido, para
terminar alguna historia o quizá comenzar una nueva de simples dibujos, de
simples ideas que en el silencio de la tarde parecen ser la única melodía, el
único sonido que entra por mis oídos. Enciendo el equipo y subo el volumen, una
o dos canciones que inundan el piso entero mientras las cortinas abiertas dejan
entrar la luz del atardecer. Estoy alejado de las ventanas, sin ganas de mirar
a la calle, sin ganas de ver el sol pero consiente de que está allí, del que el
mundo sigue su curso y también debo hacerlo yo, debo terminar lo empezado. Hay
ruido afuera, voces de niños jugando y algunos adultos sentados hablando de
algún tema. No presto demasiada atención a la idea en sí, solo susurros
perdidos que nuevamente se opacan con un poco de música, más suave para
terminar el día con calma, para terminar la lista mientras me recuesto en la
silla y cierro los ojos. De esa forma, puedo ver más que una cueva oscura y
vacía, puedo ver un mundo entero para llenarlo de ideas, de rayones y tachones,
de palabras y garabatos que algún día verán el sol, pensamientos que algún día
serán el inicio de un buen recuerdo. Cuando abro los ojos nuevamente, la luz
del sol ha desaparecido, la oscuridad se ha tomado la habitación mientras fantaseaba
y los colores de las cosas iluminadas por la bombilla son ciertamente diferentes.
En una fracción de segundo todo ha cambiado, la noche ha llegado y son las
estrellas quienes flotan en el cielo, son los gatos los que saltan en el tejado
y las aves quienes se esconden en las ramas de los pequeños árboles que hay en
la calle. Suficiente de fantasear, puedo dedicarme a otras cosas. He aprovechado
las horas en paz y es grato poder contar como varios capítulos pendientes han quedado
cerrados. Una pausa para recapitular el día, un buen día; todo un día desconectado,
un día entero en la cueva de mi cabeza.
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