miércoles, 19 de octubre de 2016

Promesas

En una mañana soleada como esta, después de haber llegado tarde a casa, solo puedo desear que la noche de ayer haya sido la última en el transporte público, al menos por un buen tiempo. La cantidad de vueltas innecesarias que todas las rutas del sistema usan para llegar a su destino es bastante molesta, el tráfico es simplemente insoportable y el simple hecho de recordar que a esa hora de la noche no hay otra opción costeable hace de estas emociones negativas una mezcla tóxica y venenosa. Estando sobre ruedas puedo decidir la ruta a conveniencia, la libertad de elegir a dónde ir y cómo llegar allí es algo que no cambiaría por nada. Sí, ya varias veces he dejado clara mi posición respecto a la bicicleta y su funcionalidad en el caos de las calles de la ciudad; he dejado muy clara mi posición respecto al transporte público en general y también, por dinámicas muy variadas, he tenido que tragarme mis propias palabras para entrar a uno de estos grandes vehículos azules, rojos, verdes; todos con la misma atmósfera gris y oscura en su interior. Allí nadie sonríe, y no veo razones para hacerlo en realidad. Los que están sentados duermen, agotados por un largo día de trabajo y probablemente soñando con el momento de llegar a casa a dormir de verdad, cómodamente y no en el vaivén del freno y el acelerador, el freno y el acelerador y el semáforo que lleva al conductor a frenar en seco, sacando a todos aquellos que dormían de su letargo. Los que van despiertos, de pie, solo miran por la ventana, miran su celular, se miran entre ellos quizá con el mismo pensamiento de no querer estar allí pero no tener otra alternativa, la realidad de muchos y la decisión de pocos. Caras largas y casi hostiles que solo desean llegar a su destino, olvidar lo que en este lúgubre lugar vieron para enfocarse en que el día ya acabó, y la noche está muy próxima a hacerlo también. Al bajar del autobús y caminar de nuevo, bajo la luz de la luna llena que tenemos por estos días, puedo imaginar como hoy no tendré que repetir esta escena, no tendré que hablar de este sentimiento nuevamente. Rodaré, rodaré en la oscuridad y veré las caras de aquellos que conducen, de aquellos que caminan, de los rostros sombríos que a las 10 de la noche conforman la ciudad y caminan bajo sus luces amarillas, blancas, rojas, verdes, azules; letreros de neón anunciando establecimientos abiertos las 24 horas del día, a donde aquellos sin destino pasan sus minutos, sus horas y sus días. Mientras ellos entren a esos bares, a esos lugares, yo los veré desde el camino y seguiré pedaleando para llegar a casa, para cruzar las montañas y llegar a las nubes. El camino es corto, pero rodando bajo las estrellas cualquier segundo es una eternidad, cualquier kilómetro es una aventura.

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