sábado, 8 de octubre de 2016

Temperatura

Largas mañanas de café caliente, de sol radiante y agua helada para volver a la realidad después de una noche en vela de la que no recuerdo nada excepto haber estado en la cama. Hielo sobre mi espalda adolorida y maltratada, calor en la taza en mis manos que emana la fragancia del café, del azúcar, de las mañanas fuera de casa; la temperatura subiendo y bajando a mi alrededor, jugando en una montaña rusa que estando despierto me mantiene en el sopor, en la ilusión de seguir dormido con todos mis sueños al alcance de la mano, con todos mis deseos completamente tangibles. Desde hace algunos días no sentía deseos de escribir, no sentía deseos de abrir los ojos lo suficiente como para redactar algo con coherencia, como para tratar de explicar lo que sucede pues ni yo lo entiendo ni lo entenderé por lo pronto; no entiendo el lenguaje de mi propia cabeza que se presenta como una extraña melodía acompañada por voces, cientos de voces conocidas que se agolpan en cada rincón con su eco y su murmullo y sus ideas; dos personalidades tratando de mantener el control en un cuerpo quebrado, roto e incompleto por acción del tiempo y de su propia estupidez. Al estar solo, al estar desconectado de cada proyecto y cada ocupación que formalmente hace parte de mi vida, he podido darme cuenta de qué conexiones no se rompen, de qué lazos se mantienen cuando la realidad se confunde con las horas de sueño y los delirios y los paseos a las 11 de la noche. Estando desconectado de todo, he deseado con todas mis fuerzas encontrar aquel botón cuya acción radica en repetir cada situación que llevó al error, una segunda oportunidad, un camino distinto; pero he aprendido que las lamentaciones no llevan a nada y que aquel botón no existe, que la búsqueda de algo inexistente es la peor tortura que yo mismo me puedo poner y que en mí radica el dejar de alusinar e ilusionarme con ideas falsas. He de ponerme de pie nuevamente, hallar una razón para poner los pies en la tierra e ignorar la dureza de la superficie, la crudeza de la mañana; he de encontrar mis sandalias y evitar caminar descalzo sobre los vidrios rotos que dejaron los días, las horas, los minutos, los segundos, la atmosfera llena de humo espeso. No está mal para una mañana de sábado, no está mal despertar con el sabor de un buen recuerdo, con el calor de un buen abrazo y el color de una buena sonrisa; no está mal despertar de verdad después de tanto tiempo.

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