miércoles, 26 de octubre de 2016

Marca mental

Hay marcas que no desaparecen con el pasar de los días, hay marcas que se quedan allí intactas para recordar no solo un paso hacia adelante, sino también dos hacia atrás. Buenos días, buenas tardes de viento fresco junto a una ciudad en ruinas mientras me alejaba de las paredes destrozadas, los caminos en desnivel y los pasillos oscuros que llevaban a tenebrosos escondites. Todo esto junto a familias, a familias enteras que escapaban de la nueva realidad traída en pro del progreso, en pro de un avance ciego que no veríamos ni veremos. Me alejaba caminando de todo esto, con alguna clase de venda para ver no más allá del camino, no más allá de lo necesario. Ejercicio, tardes enteras dedicadas a prepararme, a saltar más alto y a llegar más lejos. Allí, dentro de esas paredes, no había límites, no había nada que me detuviera o me juzgara de alguna forma, era libre de construir un muro y volverlo un cuento propio, una pared para enmarcar y exhibir mis memorias. Al terminar, cuando ya el cuerpo no respondía para más que caminar a casa, tomaba un autobús y en él cruzaba el mismo camino de ida, ahora lleno de personas caminando sin rumbo alguno, otras a paso más rápido deseando llegar sanos y salvos, otros paralizados y a la expectativa; personas en la noche, todas con intensiones diferentes. Al bajar del autobús estaba ya tan lejos de todo esto, estaba tan libre de cualquier recuerdo que ni pensarlo podía, ni quería; solo deseaba caminar a casa bajo las estrellas y las calles iluminadas y las familias felices, deseaba caminar bajo una realidad más grata, más clara. Aquellas calles están ahora vacías, completamente destruidas; y mis palabras se acaban para ese lugar, pues la marca ya está donde debe estar, en mi memoria.

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