domingo, 6 de noviembre de 2016

Corazones podridos

Por lo general, el corazón como concepto suele ser la representación del ser mismo, de todo lo que es y todo lo que lo conforma. El corazón de una persona, el corazón de una ciudad; el corazón, el centro, la esencia de la personalidad y el carácter o el simple patrón de comportamiento presente en cada rincón, en cada lugar. No hay bien, no hay mal; ni es blanco ni es negro, se trata de algo más que estados parciales, se trata de la infinidad de posibilidades pues cada corazón es diferente, cada corazón que latía en ese lugar tenía una meta distinta, pero aquellos podridos simplemente arrastraban cuerpos agotados, cansados, presuntamente vivos y muertos, tan muertos por dentro como su sonrisa, como el brillo en sus ojos o la claridad en su mente. Todo es turbio, todo es humo y más humo mientras el sol de la mañana calienta los charcos en las avenidas y evapora el agua de una lluvia pasada. Caminan, con pasos lentos y una mirada asustada, alerta y a la espera de algo, de cualquier cosa. La temperatura aumenta y las figuras en la distancia se distorsionan con las ondas de calor pareciendo simples espejismos, delirios de una mente cansada. Son reales, las montañas a lo lejos son reales y también lo son las bolsas en el suelo, los papeles rasgados sobre la acera y la hilera de desperdicios que de arriba abajo, de izquierda a derecha, pinta la avenida con un oscuro color, la impregna de una extraña pestilencia y la atmósfera se vuelve gris, tan gris como el humo que sale de sus bocas secas, de sus narices rojas. La realidad no suele ser siempre tan clara, la verdad no está en cada lugar como se cree; es extraño cuando esta se presenta sin esperarla. El corazón podrido que nos representa, las calles contaminadas que como venas transportan sangre sobre el pavimento, sangre desesperada y asustada que llega a donde no llegue el orden, a donde no llegan las reglas. Pero esto sucede en silencio, las paredes pueden acallar cualquier ruido con el suficiente grosor. Todo se queda en el recuerdo, en lo que pasa por mi cabeza antes de bajar la montaña ya más disperso, ya más ensimismado y recuperando hasta ahora la calma, el hábito de no estar alerta a cada segundo para vivir así cada minuto. Horas, días, meses y años dando pasos por las calles, corazones podridos que llegaran tarde o temprano a su destino.

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