Por lo general,
el corazón como concepto suele ser la representación del ser mismo, de todo lo
que es y todo lo que lo conforma. El corazón de una persona, el corazón de una
ciudad; el corazón, el centro, la esencia de la personalidad y el carácter o el
simple patrón de comportamiento presente en cada rincón, en cada lugar. No hay
bien, no hay mal; ni es blanco ni es negro, se trata de algo más que estados
parciales, se trata de la infinidad de posibilidades pues cada corazón es
diferente, cada corazón que latía en ese lugar tenía una meta distinta, pero
aquellos podridos simplemente arrastraban cuerpos agotados, cansados,
presuntamente vivos y muertos, tan muertos por dentro como su sonrisa, como el
brillo en sus ojos o la claridad en su mente. Todo es turbio, todo es humo y
más humo mientras el sol de la mañana calienta los charcos en las avenidas y
evapora el agua de una lluvia pasada. Caminan, con pasos lentos y una mirada
asustada, alerta y a la espera de algo, de cualquier cosa. La temperatura
aumenta y las figuras en la distancia se distorsionan con las ondas de calor
pareciendo simples espejismos, delirios de una mente cansada. Son reales, las
montañas a lo lejos son reales y también lo son las bolsas en el suelo, los
papeles rasgados sobre la acera y la hilera de desperdicios que de arriba abajo,
de izquierda a derecha, pinta la avenida con un oscuro color, la impregna de
una extraña pestilencia y la atmósfera se vuelve gris, tan gris como el humo
que sale de sus bocas secas, de sus narices rojas. La realidad no suele ser
siempre tan clara, la verdad no está en cada lugar como se cree; es extraño
cuando esta se presenta sin esperarla. El corazón podrido que nos representa,
las calles contaminadas que como venas transportan sangre sobre el pavimento,
sangre desesperada y asustada que llega a donde no llegue el orden, a donde no
llegan las reglas. Pero esto sucede en silencio, las paredes pueden acallar
cualquier ruido con el suficiente grosor. Todo se queda en el recuerdo, en lo
que pasa por mi cabeza antes de bajar la montaña ya más disperso, ya más
ensimismado y recuperando hasta ahora la calma, el hábito de no estar alerta a
cada segundo para vivir así cada minuto. Horas, días, meses y años dando pasos
por las calles, corazones podridos que llegaran tarde o temprano a su destino.
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