Podrían ser las
doce, pero mientras el día no haya acabado se puede vivir con la sensación de
que el tiempo se detiene, de que apenas avanza en una realidad donde la melodía,
una sola melodía, rompe el silencio de la noche y abre las puertas a otro
lugar, a ese lugar al que se entra dormido; con los ojos abiertos, el mundo de
las más extrañas fantasías se presenta mientras una, dos canciones más resuenan
en mis oídos, mientras los audífonos pueden por fin sonar a todo volumen
después de horas de guardar silencio. Es curioso que el hábito de tenerlos
siempre puestos, con algunos meses alejado de ellos, desapareció completamente
y eliminó la dependencia a desconectarse del mundo exterior, de las voces que
tienen también historias por contar. Es sin embargo muy agradable escuchar esas
viejas voces conocidas, las que hablaban de aventuras y romances, de peleas, de
caminatas en la noche y tardes en las montañas, de viajes a través del mar y
sobre las nubes, de tantas cosas que más que una lista de reproducción, es una
inmensa antología. Esa misma antología, que en estos momentos simplemente no se
detiene; alejados los dedos del botón que podría bajar el volumen, alejadas las
manos del botón que podría poner un alto a todo, cerrar la conexión que permite
soñar despierto. Y hace falta dormir, hace falta soñar de verdad por un momento,
traer un poco de caos a la cabeza y despertar la mañana siguiente como si nada,
como si se hubiera dormido en paz aun cuando las pesadillas atacaron, aun
cuando los buenos sueños no aparecieron. Hace falta despertar, y qué mejor hora
de hacerlo que a las doce, cuando el miércoles apenas comience y solo en
minutos hable del ayer, del día de hoy que ya en segundos será mañana.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario