martes, 22 de noviembre de 2016

Entre tiempos

Podrían ser las doce, pero mientras el día no haya acabado se puede vivir con la sensación de que el tiempo se detiene, de que apenas avanza en una realidad donde la melodía, una sola melodía, rompe el silencio de la noche y abre las puertas a otro lugar, a ese lugar al que se entra dormido; con los ojos abiertos, el mundo de las más extrañas fantasías se presenta mientras una, dos canciones más resuenan en mis oídos, mientras los audífonos pueden por fin sonar a todo volumen después de horas de guardar silencio. Es curioso que el hábito de tenerlos siempre puestos, con algunos meses alejado de ellos, desapareció completamente y eliminó la dependencia a desconectarse del mundo exterior, de las voces que tienen también historias por contar. Es sin embargo muy agradable escuchar esas viejas voces conocidas, las que hablaban de aventuras y romances, de peleas, de caminatas en la noche y tardes en las montañas, de viajes a través del mar y sobre las nubes, de tantas cosas que más que una lista de reproducción, es una inmensa antología. Esa misma antología, que en estos momentos simplemente no se detiene; alejados los dedos del botón que podría bajar el volumen, alejadas las manos del botón que podría poner un alto a todo, cerrar la conexión que permite soñar despierto. Y hace falta dormir, hace falta soñar de verdad por un momento, traer un poco de caos a la cabeza y despertar la mañana siguiente como si nada, como si se hubiera dormido en paz aun cuando las pesadillas atacaron, aun cuando los buenos sueños no aparecieron. Hace falta despertar, y qué mejor hora de hacerlo que a las doce, cuando el miércoles apenas comience y solo en minutos hable del ayer, del día de hoy que ya en segundos será mañana. 

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