domingo, 27 de noviembre de 2016

Niebla y humo

La niebla se levantaba sobre los campos en los cuales caminaba a la mitad de la noche, en la mitad de la nada. No sabía dónde estaba, pero lo que sí sabía era que el frío en sus pies descalzos, en sus hombros desnudos, la estaba congelando lentamente. Sus pasos eran lentos, pisadas suaves que empapaban sus dedos con el rocío sobre la hierba, que empapaban sus piernas eventualmente cuando las hojas las tocaban. La brisa recorría sus hombros, se deslizaba por el escote en su espalda hasta su cintura, haciéndola temblar mientras reafirmaba la marcha, mientras deseaba con todas sus fuerzas un abrigo, una bufanda, un par de guantes; cualquier cosa que pudiera mitigar el frío que sentía, que la invadía por completo. Trataba de recordar lo que había pasado horas antes, la razón de su aparición en aquel lugar sombrío era todavía un misterio para su cabeza. Estaba en blanco su memoria, estaban vacíos sus recuerdos con excepción de algunas imágenes, no tan recientes como lo deseaba pero suficientes para entretener su cabeza y forzarse un poco, sacarse información teniendo ya esbozos de lo que pudo ser y no fue. No podía deducir nada de ellas, le dolía la cabeza y simplemente abandonaba la idea. Buscaba su celular en el bolso que llevaba, con la esperanza de encontrar en sus mensajes un poco de claridad para la situación en la que estaba. Sin batería, la pantalla de cristal no mostraba señales de vida y le permitían ver su reflejo, su rostro preocupado y deseoso de dormir, de descansar. Necesitaba llegar a casa, pero no podía ver más que algunos metros a su alrededor. Una fina capa gris que distorsionaba cada forma, cada árbol, cada edificación en la distancia. Creía ver una luz a lo lejos, quizá una salida del campo en el que se encontraba. Comenzó a correr olvidando que la mitad de su cuerpo estaba congelado, dando grandes zancadas que rápidamente la acercaban a su destino. La luz se hacía más blanca, la figura sobre la que esta estaba tomaba más forma entre la niebla, revelando los tonos marrones de una pequeña cabaña de madera junto a una valla de colores similares aún difusa, alejada de la claridad. No dejó de correr, llegó a la pequeña puerta y de un empujón la abrió, entrando sin pensarlo dos veces, decidida a no congelarse ni hoy, ni nunca. Todo estaba oscuro, pobremente iluminado por la luz que entraba por la puerta. Buscó entre sus cosas un encendedor y en cuestión de segundos una pequeña llama azul iluminaba los muebles en busca de algo que pudiera servir de vela. Había un candelabro sobre una mesa, en donde 5 velas reposaban apagadas. Las encendió una por una y pronto el aroma a cera quemada invadía la habitación, permitiendo ahora ver mejor lo que adentro había. Comenzó a recorrerla, mientras su cuerpo se acostumbraba a la nueva temperatura. El polvo en el lugar cubría algunos objetos, pero la atmosfera era limpia, podía respirar tranquila mientras identificaba cada cosa que veía. Muebles enormes llenos de libros cubrían las paredes, desde el techo hasta el suelo, en donde una alfombra de tela cubría casi todo lo que había a su paso. Sus pies reconocieron el calor de la alfombra, moviendo sus dedos entre ella casi sin pensar en nada más que en esa sensación. Reanudó la inspección y vio una silla, la cual llevó hasta la mesa en donde se encontraba el candelabro y se sentó, decidida a organizar sus ideas, a tratar de recordar nuevamente esperando más que imágenes confusas. Podía ver algunas cosas, podía recordar algunas horas previas a ese momento mientras miraba a las llamas levantarse, mientras se perdía en el humo que salía de su boca. Estaba tranquila, mientras las nubes se tomaban la habitación y sus dudas desaparecían. Era como si el velo que cubriera las imágenes de sus recuerdos se hubiese quitado, y podía entonces ver lo que había sucedido. Bebía, horas antes de llegar a este lugar. Un vaso en su mano mientras entre sorbo y sorbo conversaba, reía, bailaba cuando la invitaban y tomaba asiento solo para servirse un poco más. Con cada mililitro de alcohol que entraba a su cuerpo, un segundo del video mental que la martirizaba se borraba, simplemente desaparecía de su cabeza. Creía ahogar las penas, pero estas buceaban en su cabeza hasta horas después, cuando el efecto hubiese acabado. La música a su alrededor no la aturdía, la llenaba de dicha mientras movía sus caderas, sus manos, saltaba in parar y tomaba gire para la siguiente canción, para el siguiente reto que le presentase cualquier melodía. Cuando ya se había cansado de bailar, salió del lugar con sus amigos y amigas, todos un poco eufóricos y un poco bebidos, todos un poco felices y un poco miserables. Proponían continuar, ir a otro lugar y bailar hasta el amanecer. Señales de afirmación y gritos por todas partes, todos caminando en dirección a la casa de alguien, una parada técnica en un bosque cercano y luego… Nada. Era ese el punto de quiebre, quizá la salida de donde se encontraba, una respuesta para sus preguntas previas. Inhalaba, exhalaba, más humo llenando la habitación, más humo llenando sus pulmones, como si la niebla hubiera entrado a la cabaña por la pequeña abertura de la puerta y hubiese entrado a su alma también. Fuera de ella, fuera del lugar en sí, se escuchaba a la brisa de la madrugada silbar, congelar todo a su paso. Las velas ardían todavía, no parecían gastarse a través de los minutos que pasaban. Bailaban con las pequeñas corrientes de aire que de alguna manera llegaban a ellas y la luz se sacudía también, distorsionando los colores y volviendo más sombrío el momento. Ella no veía los colores, ella no sentía nada ya, había olvidado el frío y ahora solo hacía esfuerzos por recordar, encontrando en esto el calor de otros tiempos, de otros momentos. Su mente no le daba paz cuando había perdido un fragmento de lo que había vivido, algo importante que pudiera haber pasado para tenerla donde la tenía. Creía recordar otra botella, más risas y más copas pasando por sus manos. Una charla amistosa, más copas, palabras de camaradería entre quienes allí estaban, compartiendo más que un momento, más que una botella de cristal. Un mal entendido, una discusión entre dos de ellos y luego gritos, muchos gritos cargados de rabia y luego de miedo, de arrepentimiento. Estaba asustada, se alejaba de la escena, corriendo a toda velocidad y se perdiéndose entre los árboles sin detenerse. Le fallaban las piernas, su corazón acelerado parecía a punto de estallar. No sentía sus manos, no sentía sus brazos, no sentía sus pies; la vista se le nublaba, sus ojos parecían cerrarse y entonces se desmayó, cayendo sobre la hierba y quedándose allí sin saber por cuánto. No recordaba el haber despertado, pues para cuando volvió en sí ya caminaba, alejada del punto donde su último recuerdo había tomado lugar. Habría dejado allí sus zapatos, pero eso no le importaba en ese momento. Recordaba entonces la pelea, la discusión previa en la cual solo había sido testigo. Un arrebato causado por algunas copas de más, una botella rota y luego el miedo, la confusión y los gritos que la habían llevado a escapar. Un cuerpo tendido en el suelo, el sonido de una ambulancia, ¿respiraba? Ella no había hecho nada, de eso estaba segura. Apenas conocía a las personas con las que estaba y en cierta forma esto la tranquilizaba, el saber que lo que sea que hubiera pasado no era directamente su problema. A pesar de estar en un lugar desconocido, lejos de casa, se alegraba de estar a salvo, de solo haber despertado con la resaca. Había tenido suerte, y lo que había visto, lo escribiría en alguna parte o tal vez esperaría a que hablaran de ello, dejando que las imágenes de la anterior se disuelvan en su memoria por lo pronto, en su pasado, alejadas del momento presente en el que la sensación cálida de las velas, de la madrugada, del sol saliendo y despejando la niebla la motivaban a levantarse de la silla para, descalza, encontrar el camino a casa y comenzar así una nueva semana. El chirrido de la puerta abriéndose, la brisa de la mañana entrando por sus pulmones y el sol, en efecto, apareciendo en la lejanía con sus rayos más fuertes que la capa gris de la madrugada. Veía ahora todo más claro, y poniéndose su bolso comenzó a alejarse de la cabaña que por una noche había sido el refugio para sus delirios. Volvería, quizá otro día, para encender las velas nuevamente.

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