miércoles, 2 de noviembre de 2016

Entre paradas

El deseo de avanzar y llegar más lejos con cada pequeña parada es algo que no puedo olvidar fácilmente, sencillamente porque ya me he detenido lo suficiente en el camino. Ya basta de detenerse con cada luz roja, o acelerar con cada luz verde; una metáfora para dejar de huir ante el inexistente peligro y lanzarme de cara contra el problema real, sin saber diferenciarlos. Es una confusión natural, una confusión que el caminar olvidando las reglas y aceptando las consecuencias generó. Desde ese entonces, el camino siguió la ruta de un modelo bastante difuso, de ideas borrosas, de conceptos descabellados respecto a lo lo que es el bien y el mal, la mentira y la verdad, el odio y el amor, el perdón y el rencor. Opuestos, opuestos en una misma cabeza que entre estrago y estrago debilitaban un poco más la conciencia, un poco más la razón; esclavo de una mentira y preso de algo real, verdadero. Con todas esas paradas, esos pequeños desastres, es relativamente fácil entender qué piedras siguen en el zapato, qué bolsas de arena siguen siendo un lastre para tomar vuelo y alejarse de la toxicidad de una realidad creada a gusto; es relativamente sencillo cortar las cuerdas que nos atan a aquello que no necesitamos, aprender a caminar sin tanto peso, sin más equipaje que el segundo presente. Con ello, por supuesto, no hablo de vivir al día; es necesario tener una meta clara también, una parada final desde donde todo será un nuevo comienzo. Saber el final del camino, saber cómo llegar y cuando llegar, son las únicas cosas que se necesitan del futuro, así como se necesitan las lecciones del pasado, los consejos de voces ya ausentes o quizá todavía presentes en un rincón de nuestra memoria. Del pasado, me quedo con los buenos recuerdos, del futuro, me quedo con el destino soñado. Del presente, con el segundo en el que escribo estas palabras antes de despertar realmente, de olvidarme de casa y pensar en porqué salgo de ella cada mañana, qué me mueve a seguir caminando con la vista fija en las montañas. Rodar, caminar, volar, de cualquier manera mientras sea hacia ellas, hacia la paz de los árboles y el sonido de las aves revoloteando entre las ramas. Soñar con el aroma del bosque, con el aroma del atardecer en ese lugar; soñar con que me detendré allí algún día, y será la parada final antes de comenzar nuevamente.

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