Quisiera escribir
una página llena de agua, de frío y de todas las sensaciones que en una noche
cualquiera pueden llegar porque sí, ¿por qué no? La lluvia, esa misma que
todavía se escucha afuera, ha sido desde hace mucho tiempo un concepto ambiguo
en lo que digo, en lo que pienso. Puedo disfrutar de la lluvia estando en casa,
abrigado y con una bebida caliente observando los árboles danzar con la brisa.
Puedo disfrutar de la lluvia en una caminata, con una buena compañía y el deseo
de quedarse allí sin mirar la hora, sin mirar la fecha, sin mirar la noche o el
día, solo lo que frente a mis ojos se llena de gotas, de gotas cálidas y
perfumadas. Puedo disfrutar de la lluvia en bastantes situaciones, como puedo
simplemente odiarla; odiar como vuelve de las calles un caos, odiar como lo que
sea que lleve en ese momento pueda simplemente dañarse, perecer sin manera de
evitarlo. Una retrospectiva, solo unas horas antes, cuando la decisión estaba
en mis manos: Rodar o quedarse otra hora bajo ese techo de madera sentado en el
andén esperando a que todo acabe, a que salga la luna dentro de todas las
nubes. La decisión estaba tomada, pero los segundos antes de tomarla fueron los
más largos, segundos en los cuales el frío congelaba mis dedos, mis manos, mis
brazos y simplemente me sumía en un estupor, en un letargo silencioso en el
cual solo cerraba mis ojos y los abría nuevamente, violentamente, como tratando
de mantenerme despierto y sin embargo ya tan apagado, ya tan dormido. Más horas
antes, antes de que todo comenzara, reía hablando de los viajes futuros, de las
metas, de las restricciones y de la facilidad con la que un factor externo
puede arrebatarle el libre albedrío a cualquier individuo. Despedía a un
rostro, un rostro cualquiera de una noche cualquiera que quizá con el pasar de
las horas olvidaría, pero no la idea de quién era, la idea de lo que se había
hablado. Fue entonces cuando vino la lluvia, cuando finas gotas se volvieron
pesadas y comenzaron a llenar el pavimento, a teñirlo con un color más oscuro
mientras en las bombillas se distinguía como aumentaba la cantidad, como
empezaba la tormenta. Rayos, truenos casi inaudibles que me mantenían
intranquilo y alerta, la idea de quedarse un poco más en el mismo techo y luego
avanzar un poco, llegar al otro lado de la calle y esperar a que todo mejore.
Autos, muchos autos estancados en un puente, mi bicicleta pasando a través de
ellos hasta la seguridad de un techo de madera en una calle fría y luego las
horas, las horas sentado en la calle esperando, sin saber si se detendría
pronto. Una hora, dos en la misma posición con los pies congelados y sin
embargo todavía cálido en las manos, resguardadas en los bolsillos y la cabeza
en la capota sin mirar alrededor, ya cansado y agotado. Para cuando la lluvia
se detiene, estaba ya completamente despierto, ya un poco más mentalizado para
volver a casa. No había estado rodando a esa hora desde hace mucho tiempo,
desde hace muchos años para ser exacto. En otra situación, en otro contexto,
uno más seco, estaría encantado de pasear en la madrugada sin límites, sin
reglas de ningún tipo. Es este, solo recuerdo imágenes confusas de lo que fue
un delirio momentáneo escalando montañas sin dejar de pedalear; bajar de ellas
a toda velocidad con el agua en mi cara y en mis lentes, empañando mi vista y
sin embargo sin poner el freno, seguro de que todo se detendría en algún momento,
de que yo mismo me detendría en algún momento y me bajaría de la bicicleta
completamente empapado, mojado y sin embargo feliz de estar en casa. La lluvia
no se ha detenido desde esta madrugada y, por como lucen las nubes, las páginas que vienen parecen estar hechas de agua.
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