viernes, 11 de noviembre de 2016

Hechas de agua

Quisiera escribir una página llena de agua, de frío y de todas las sensaciones que en una noche cualquiera pueden llegar porque sí, ¿por qué no? La lluvia, esa misma que todavía se escucha afuera, ha sido desde hace mucho tiempo un concepto ambiguo en lo que digo, en lo que pienso. Puedo disfrutar de la lluvia estando en casa, abrigado y con una bebida caliente observando los árboles danzar con la brisa. Puedo disfrutar de la lluvia en una caminata, con una buena compañía y el deseo de quedarse allí sin mirar la hora, sin mirar la fecha, sin mirar la noche o el día, solo lo que frente a mis ojos se llena de gotas, de gotas cálidas y perfumadas. Puedo disfrutar de la lluvia en bastantes situaciones, como puedo simplemente odiarla; odiar como vuelve de las calles un caos, odiar como lo que sea que lleve en ese momento pueda simplemente dañarse, perecer sin manera de evitarlo. Una retrospectiva, solo unas horas antes, cuando la decisión estaba en mis manos: Rodar o quedarse otra hora bajo ese techo de madera sentado en el andén esperando a que todo acabe, a que salga la luna dentro de todas las nubes. La decisión estaba tomada, pero los segundos antes de tomarla fueron los más largos, segundos en los cuales el frío congelaba mis dedos, mis manos, mis brazos y simplemente me sumía en un estupor, en un letargo silencioso en el cual solo cerraba mis ojos y los abría nuevamente, violentamente, como tratando de mantenerme despierto y sin embargo ya tan apagado, ya tan dormido. Más horas antes, antes de que todo comenzara, reía hablando de los viajes futuros, de las metas, de las restricciones y de la facilidad con la que un factor externo puede arrebatarle el libre albedrío a cualquier individuo. Despedía a un rostro, un rostro cualquiera de una noche cualquiera que quizá con el pasar de las horas olvidaría, pero no la idea de quién era, la idea de lo que se había hablado. Fue entonces cuando vino la lluvia, cuando finas gotas se volvieron pesadas y comenzaron a llenar el pavimento, a teñirlo con un color más oscuro mientras en las bombillas se distinguía como aumentaba la cantidad, como empezaba la tormenta. Rayos, truenos casi inaudibles que me mantenían intranquilo y alerta, la idea de quedarse un poco más en el mismo techo y luego avanzar un poco, llegar al otro lado de la calle y esperar a que todo mejore. Autos, muchos autos estancados en un puente, mi bicicleta pasando a través de ellos hasta la seguridad de un techo de madera en una calle fría y luego las horas, las horas sentado en la calle esperando, sin saber si se detendría pronto. Una hora, dos en la misma posición con los pies congelados y sin embargo todavía cálido en las manos, resguardadas en los bolsillos y la cabeza en la capota sin mirar alrededor, ya cansado y agotado. Para cuando la lluvia se detiene, estaba ya completamente despierto, ya un poco más mentalizado para volver a casa. No había estado rodando a esa hora desde hace mucho tiempo, desde hace muchos años para ser exacto. En otra situación, en otro contexto, uno más seco, estaría encantado de pasear en la madrugada sin límites, sin reglas de ningún tipo. Es este, solo recuerdo imágenes confusas de lo que fue un delirio momentáneo escalando montañas sin dejar de pedalear; bajar de ellas a toda velocidad con el agua en mi cara y en mis lentes, empañando mi vista y sin embargo sin poner el freno, seguro de que todo se detendría en algún momento, de que yo mismo me detendría en algún momento y me bajaría de la bicicleta completamente empapado, mojado y sin embargo feliz de estar en casa. La lluvia no se ha detenido desde esta madrugada y, por como lucen las nubes, las páginas que vienen parecen estar hechas de agua.

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