Una variación en
la dirección del viento puede cambiar el rumbo de un avión de papel que a toda
velocidad se desplaza entre los edificios de cristal, entre los árboles de una
ciudad todavía sumergida en la lluvia con cortos lapsos de sol, con cortos
lapsos de paseos en la tarde y brisa de noviembre. Los saltos en los charcos, las gotas sobre las
hojas y el tráfico moviéndose lentamente con el sonido de las bocinas perturbando la paz; un panorama cotidiano que llevaba a la conclusión de pensar que todo era normal, de que todo funcionaba como debía. El viento soplaba ligeramente y la gravedad arrastraba el papel al suelo, al
húmedo pavimento donde caería sin más; los segundos pasando lentamente mientras cada parpadeo parecía una eternidad, el despertar de un largo sueño. El frío sacudió aquellas ensoñaciones, peo la brisa
se había detenido de golpe y parecía que el avión también se detenía; aunque se alejaba
de la ventana de donde fue lanzado, parecía haber olvidado el propósito
original de su recorrido, parecía querer desafiar lo que la inmediatez del
momento deparaba. Se elevaba, una corriente nueva bajo sus alas lo alejaba del
suelo probablemente, llevando la blancura perfumada a la negrura de las nubes. Cada vez más alto en el
cielo, cada vez más cerca de las nubes que nunca antes habrían podido
contemplar un avión de papel volando junto a ellas, un avión de papel volando a
través de sus túneles de algodón y agua, de agua que cae en la ciudad en este
momento pero no allí sobre las nubes, no allí sobre aquella nota perdida en el
tiempo. Allí, no pasarán las horas y la vigencia de sus palabras se mantendrá indefinidamente, sin manchas ni arrugas de ningún tipo; la inmortalidad del olvido o que el tiempo mismo corroa los bordes de la página, una decisión sobre la que no se puede influir, una cuestión que se sale de las manos. Si pudiera elegir, la querría abajo, a la vista de todos. Debe bajar, debe volver y caer en algún momento, en algún lugar; un
lugar seco, intacto, una pista de aterrizaje ideal, una cabeza cualquiera. Sería ilógico olvidar lo
que comenzó como un mensaje en un papel, sería ilógico dejar aquellas palabras suspendidas en el cielo. Cada línea grabada allí conforma con las demás un mensaje
borroso, difuso, de esos que se lanzan pensando no en qué dirán sino en qué se dirá
después de hacerlo, en la acción posterior a desahogarse con una pluma y
cualquier superficie que permita a la tinta adherirse de la misma forma que lo
hace sobre la piel. Puede no tener un destino fijo, pero la belleza de cada día
es ver cómo sin tocar el suelo toma un nuevo rumbo, como la idea no se detiene
ni con el viento, ni con la lluvia, ni con cualquier cosa que la realidad
tangible puede contener; nada detiene un avión de papel lanzado al vacío.
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