Reflejos,
espejos, señales de todos lados y en todas partes con un solo mensaje, con una
sola idea que no desaparece hasta que por fin se entiende, hasta que se acepta
de una vez por todas sin darle cabida a la duda, alejando el pensamiento de
cometer el mismo error una y otra y otra vez. Voces, tantas voces, tantas bocas
articulando las palabras que plasmadas sobre el papel eran solo una promesa
rota; cuando se presentan de nuevo, siendo audibles representaciones de la
conciencia, no pueden ignorarse tan fácilmente, ¿para qué hacerlo en cualquier
caso? Sin predecir el futuro, sin salir de un plano relativamente real, es
fácil hacerse una idea de las implicaciones que tiene el dar un mal paso y
mirar al reloj, aliviado de que aquellas ensoñaciones solo estén allí, en la
imaginación que motivada por el miedo a una pesadilla ya conocida dibuja los
peores escenarios. Innecesario, simplemente ilógico darle vueltas a un asunto
que debió cerrarse desde hace tanto tiempo; es ese pequeño gusto por mirar a
través del ojo de la cerradura y deleitarse con la imagen dentro de la
habitación lo que consume y deforma lo que se ve. Una imagen borrosa no está
dentro de la lista, y qué bueno que solo baste con limpiar el espejo de la
ventana, con barrer un poco la habitación y sacar la basura de la cabeza, del
cuerpo, del alma; solo basta con pequeñas acciones para levantarse de nuevo de
los arbustos y poner las manos en el volante del tren en el que vamos. Suficientes
señales por una noche para entender que no se puede construir un camino a
través de los árboles, y que el entorno no se adapta a nuestro antojo, pero que puede aprovecharse tal y cómo llega.
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