lunes, 14 de noviembre de 2016

Una mañana

Una mañana, dos ojos apenas abriéndose, luchando todavía por mantenerse cerrados, por rechazar la luz del día que se filtraba por las cortinas. Los colores de la habitación recuperaban sus tonos claros y las figuras que horas antes eran sombras en la oscuridad, eran ahora imágenes cotidianas que se ven despierto a cada momento, un escenario en el que todo es conocido. Todo listo para salir, solo faltaba bajar las escaleras y para abrir la puerta. El plan era en realidad muy simple: caminar, caminar sin un destino fijo con la música resonando en la cabeza, con la mirada fija en el frente, en donde las montañas se levantaban y las nubes apenas parecían formarse dentro del azul del cielo. Los seguros ceden y el aroma de la mañana entra por mi nariz al dar los primeros pasos afuera.  Una botella de agua para el calor, para el vapor invisible que el rocío evaporándose generaba con sol; después de una noche fría no se esperaba más que eso, que razones para estar afuera sin pensar en que el tiempo avanza, sin pensar en que se tiene que volver. Pasan las horas, pasa cada minuto entre calles vacías llenas de árboles, de flores, de automóviles detenidos frente a las casas en donde todos dormían, en donde todos descansaban en un día como este. Era necesario regresar ya, no todo podía ser un paseo matutino a través del silencio de la ciudad. La misma ruta de vuelta parece ahora más colorida, y cada parada técnica es una excusa para observar la escena, una excusa para tomar una fotografía cualquier cosa con el mero deseo de conservar la imagen tangible de un momento intangible, algo que la memoria no se llevará, que evocará el recuerdo de un momento agradable. El camino acaba, las manos en el bolsillo en busca de las llaves frente a la puerta. Los seguros moviéndose, el chirrido metálico de la puerta al abrirse es lo único que se escucha en todo el lugar. Todos siguen dormidos, o al menos eso parece a primera vista, no hay nadie abajo. Un vaso de agua de la cocina y luego las escaleras, escalón por escalón con sumo cuidado, tratando de evitar el crujido de la madera, un crujido ya conocido e innegablemente molesto, suficiente para despertar a cualquiera fácilmente. Las siguientes escaleras no generan este mismo inconveniente, y en silencio cada paso llevaba de vuelta a la habitación en donde las cortinas todavía cerradas permitían adivinar las imágenes al otro lado de la ventana. No era necesario abrirlas todavía, no era necesario salir al mundo todavía si se acababa de volver de él. Con ver el mundo en la mañana, se tiene suficiente para gozar de una realidad en la que todo está en calma, se tiene suficiente para querer caminar al día siguiente.

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