Los recientes
lapsos de inactividad, aquellos en los que simplemente dejo de escribir, no
tienen una razón específica a la cual pueda atribuirle su origen. Una larga
semana, tres palabras es lo único que podría necesitar para describir la
sumatoria de todo lo sucedido, reservar cualquier clase de información para las
notas personales que se guardan en mi cabeza y enterrar el asunto por completo;
sería muy sencillo hacerlo y recaer en el viejo juego que la memoria todavía tiene presente, pero prefiero esbozar un poco de honestidad y
hablar un poco al respecto para variar, hablar no de la causa del problema al que no puedo referirme claramente sino de las posibles
soluciones que pueden entrar a la mesa esta mañana o cualquier otra en realidad.
Ante una situación adversa, la creación de posibles alternativas o medidas de
choque como podría llamarlas es inminente; la respuesta a un estímulo es algo
que no puede detenerse, así como la creación de una conducta tan firme como el
acero y tan maleable como el mismo cuando está caliente. La realidad es también maleable, pero no en los niveles que se querría, no en un nivel tan conveniente como el que necesito en este momento. Una solución a las
largas noches bajo la lluvia, por ejemplo, puede nacer con el simple acto de mirar hacia arriba, con el simple acto de detallar un poco lo que sucede. El cielo esta mañana luce como lucía cuando comenzó la semana, con
oscuras aglomeraciones en puntos específicos que amenazan con desatar lluvia,
rayos y truenos sobre la ciudad. Descartando la posibilidad de rodar por un
tiempo, descartando las largas noches en vías casi intransitables, la
idea de volver al transporte público parece una alternativa relativamente
conveniente. No es la mejor claro, pero una solución provisional no tiene que
tener tantos detalles; es precisamente un esbozo temporal de un mejor modo de
hacer las cosas, un esbozo que será remplazado apropiadamente. No hay fechas,
no hay información de ningún tipo que permita adivinar el fin de estas medidas,
las nubes parecen seguir flotando mientras los ríos y canales se elevan cada
mañana, cada tarde, cada noche. Ayer, por ejemplo, esta escena fue precisamente
otro punto a favor para tomar la decisión de volver al autobús mientras todo
acaba, para olvidar las mañanas soleadas descendiendo a toda velocidad por la
montaña y retomar las tardes de agua en el cristal, letras y más letras sobre
el papel frente a mis ojos, frente al libro que mis manos sostienen heladas. Es
curioso como la solución parecen los recuerdos, pero más que de recuerdos se
trata de la creación de nuevos con un viejo pasatiempo, el de volar sin moverse
de lugar.
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