domingo, 13 de noviembre de 2016

Reiniciar el contador

Si bien no se puede estar a la expectativa a cada momento, hay algo de agradable en esperar lo desconocido, hay algo de gracia en esos segundos previos a la llegada de los retos aparentemente complejos y las oportunidades para mejorar no solo en una actividad, sino en general como individuo, como persona y como lo que sea que se desee. Sucede en cualquier momento, pues las ensoñaciones no dan espera a nada en realidad. Una noche de lluvia, entonces una mañana también lluviosa y luego luz, tanta luz en la habitación al final del oscuro pasillo. Había llegado a tiempo, habiendo tenido que correr para ello entre una fina capa de lluvia y las gotas que los enormes árboles a mi alrededor dejaban caer bajo ellos, tratando de llegar al edificio sin caer en el proceso. Saltos, saltos entre los charcos y frenadas en seco por las calles empapadas, automóviles a toda carrera frente a mis ojos y por fin la inmensa puerta de cristal. Entonces las escaleras, la puerta de madera y dentro de esa habitación la risa, las charlas sobre el fin de un proceso corto y sin embargo completo, sueños y expectativas para lo venidero; una oportunidad en la mesa y una firma en un papel podrían hacer la diferencia entre lo que ya había en las manos y una estrella más alta por alcanzar. La euforia de sentir que todo puede mejorar con un poco de paciencia, con solo mirar a otro lado, solo dejando de evocar un tiempo diferente al presente, se sobrepone a lo que hay alrededor. No es ignorar la realidad, es de hecho una manera de construir una nueva, una libre de los errores o las culpas que pudieron haberse construido con anterioridad, una especie de perdón para los actos propios y el compromiso metafórico para evitar el mismo agujero, el mismo abismo al que se ha caído con anterioridad. Es curioso cuantas oportunidades he podido hacer esto, eso de comenzar de nuevo al tener una mejor perspectiva de las cosas, subiendo y bajando, cometiendo errores y aprendiendo de ellos, creando una imagen del mundo tan propia como los recuerdos que esta tiene marcados en ella, recuerdos que evocan imágenes felices, imágenes que valen la pena recordar. Son reales, todas son reales y sin embargo se ven tan lejanas, como partes de una historia leída y no la conocida por ser propia. Pero es entonces cuando vuelve a la memoria la pluma con la que fueron escritas, los autores de una historia y la disociación entre ellos, entre quién escribe qué y lo que quiero escribir ahora. Quiero escribir un mejor presente, y palabras como estas pueden ser el comienzo para una meta como esta. Con un pie en el ahora y uno en el mañana, con el dedo sobre el botón para reiniciar el contador, solo queda enviar una última mirada al cielo antes de cerrar los ojos y esperar que el amanecer traiga un poco de sol, como los días anteriores lo han prometido.  

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