viernes, 5 de agosto de 2016

Un arcoiris

Desearía ver un arco iris diferente al generado por la pequeña bola de cristal que tengo a mi lado. Uno de verdad, uno que nazca después de la lluvia y que se quede allí toda la tarde, iluminando tenuemente mi camino a casa. Desearía ver un arco iris que traiga consigo los recuerdos de meses pasados, de años pasados tal vez, en los que corría por los charcos de un parque ahora inexistente y no notaba la suciedad en mi ropa hasta que mi madre lo comentaba. Una tarde de estornudos que llevaría a un resfrío y a varios días en cama con mis viejos juguetes y la simplicidad de saber que todo estaba allí, en mi habitación, y nada más hacía falta. Faltan algunas horas para salir del trabajo y, para cuando lo haga, los últimos rayos de sol estarán ya ocultos por los edificios, al ras del suelo, lejos de donde pude verlos en algún momento... Y con ello muere mi esperanza de ver un arco iris real de camino a casa. De noche solo me acompañarán las luces de los automóviles, aquellos puntos rojos que de tanto en tanto me distraen, como pequeñas luciérnagas en el camino. De noche no habrá un arco iris... Pero siempre se puede pintar la noche de colores.

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